Si
es verdad -como lo es- que
nuestras dificultades emanan de nuestro
incorrecto pensar (tanto en el presente como en el
pasado), y considerando el sublime nivel de conciencia que
Jesús alcanzó, puede que surja entonces la siguiente pregunta: ¿Por qué tuvo Él que tener dificultades de tiempo en
tiempo - señaladamente su terrible conflicto con el miedo
en el Huerto de Getsemaní, y su muerte en la cruz?
La
respuesta es que el caso de Jesús era bastante diferente
al de cualquier otra persona, porque Él no sufrió por su
propio pensar incorrecto, sino por el nuestro. Debido a su alto grado de
entendimiento, Jesús hubiera podido fácilmente escaparse y trascender
calladamente sin experimentar ningún tipo de sufrimiento, como, por ejemplo, habían hecho Moisés y Elías antes que Él. Pero Jesús deliberadamente
escogió emprender esta terrible tarea a fin de ayudar a la humanidad; y, por
ende, a Él justamente le corresponde el título de Salvador del Mundo.
Llegamos ahora a considerar este reino algo más
detalladamente, y encontramos que el Palacio del Rey, el despacho del gobierno -como quien dice- es
nada menos que nuestra propia conciencia, nuestra propia mentalidad. Éste es tu
propio gabinete privado, y los negocios que allí se efectúan son el remolino de
pensamientos que continuamente te pasan por la mente. El salmista lo denomina "Lugar
Secreto del Altísimo ", y es secreto porque nadie que no seas tú puede entrar allí. Allí hay privacidad y hay dominio. Tienes el poder de pensar lo que te plazca. Puedes escoger cuáles pensamientos aceptarás y
cuáles rechazarás. En dicho lugar tú eres el amo. Todos aquellos pensamientos
que elijas considerar más a fondo serán en breve expresados en el mundo físico externo como cosas y eventos -y ésa habrá de ser tu atalaya. Al haber pensado ciertos pensamientos, no tienes
ningún poder para cambiar las consecuencias externas de los mismos. Tu escogencia radica en pensarlos
o no pensarlos para comenzar. Si no deseas que ciertas consecuencias te sobrevengan,
entonces habrás de abstenerte de pensarlas en primer lugar o de
pensar la clase de pensamiento que terminarán en tales. Si no quieres que
un motor eche a andar, no abras la válvula; si no quieres que la campana suene,
no tires del cordel; y de esta manera, si realmente entiendes este principio
fundamental, de ahora en adelante vigilarás tu forma habitual de pensar con
sumo cuidado.
Ya
que la clase de pensamiento que sostienes en tu conciencia (el Lugar Secreto)
en breve se expresará en tu vida externa, en tu cuerpo y asuntos, con toda
seguridad pensarás tanto en abrigar pensamientos inarmoniosos como pensarías en
comer o beber algo que te enfermara. Recuerda que todo aquello sobre lo cual la
mente se fija tarde o temprano lo experimentarás, no necesariamente idéntico
pero sí de la misma naturaleza. Por ejemplo, si piensas mucho en enfermedades, tiendes a socavar tu salud;
si piensas mucho en la pobreza y en depresiones económicas, tiendes a atraer la
pobreza a tu vida; y si piensas en problemas, en reyertas y en deshonestidad,
atraerás tales cosas a ti. La cosa concreta que ocurre en un momento en
particular no será necesariamente la precisa reproducción de ningún curso de
ideas en particular, sino más bien el resultado de la acción combinada de ese
curso de ideas y tu actitud mental en general.
Pensar
en las enfermedades es sólo uno de los dos factores que producen dolencias
corporales, y generalmente es el menos importante. El otro, el más importante
de los dos, es el de abrigar emociones negativas o destructivas, aunque parece
que es poco lo que se entiende este hecho, aún entre estudiantes de metafísica.
Es tan importante, sin embargo, que es simplemente imposible insistir demasiado
en el hecho de que las dolencias corporales son causadas al permitir el paciente
que emociones destructivas se
establezcan en su mente. No se puede repetir lo suficiente que abrigar sentimientos
de ira, de resentimiento, de celos, de desprecio y demás, con toda seguridad
perjudicará seriamente tu salud de una manera u otra. Para nada influye la
justificación o lo que sea de
tales sentimientos. Nada tiene que ver con los resultados, ya que el asunto es
una cuestión de la ley natural.
Tomado del libro " El Sermón del Monte " de Emmet Fox