Por supuesto, ser un pacificador en el
sentido acostumbrado de aplacar las peleas de otras personas es algo excelente;
pero, como lo saben todas las personas prácticas, es un papel excesivamente
difícil de actuar.
Al interferir con la pugna ajena, es tanto más fácil empeorar la cosa que mejorarla.
Con toda seguridad en tus esfuerzos se inmiscuirá la opinión personal, y
grandes son las probabilidades que dicha opinión esté equivocada. Si puedes
lograr que las dos personas en pugna adopten una nueva perspectiva de la
controversial cuestión, eso, por supuesto, estará bien; pero, de otra manera,
si meramente produces un compromiso mediante el cual ambos acuerdan en
consentir por motivos de interés propio o como resultado de alguna índole de
coerción, el problema solamente ha sido emparchado en la superficie y no hay verdadera
paz, ya que ninguno de los dos ha realmente perdonado ni está satisfecho.
Una vez que entiendas el poder de la oración,
realmente serás capaz de subsanar muchas reyertas de la manera correcta,
probablemente sin hablar del todo. El pensamiento silencioso del Todo-Poder del
Amor y la Sabiduría causará que todos los problemas se disuelvan de manera casi
imperceptible. Entonces, el arreglo que sea que a la larga será el mejor para todos
los involucrados, se realizará bajo la influencia de la Palabra así pronunciada en silencio.
Tomado del Libro " El Sermón del Monte " de Emmet Fox