«Bienaventurados los de limpio
corazón, por- que ellos verán a Dios»
Comencemos por considerar lo que constituye la
promesa de esta Bienaventuranza. Es nada menos que ver a Dios. Sabemos, por supuesto, que
Dios no tiene forma corpórea alguna por lo que no se trata aquí de "verlo" en el ordinario
sentido físico en que uno podría ver a un ser humano u objeto. Si uno pudiera
ver a Dios de esta manera, Él tendría que estar limitado y, por ende, no ser
Dios. "Ver" en el sentido que aquí se utiliza denota la percepción espiritual; y
"percepción espiritual" significa justamente esa capacidad de aprehender la verdadera naturaleza del Ser, de la cual
tanto carecemos.
Vivimos
en el mundo de Dios, pero no tenemos la más mínima idea como es en realidad el
mismo. El Cielo está a nuestro alrededor -no es un lugar lejano arriba en el
firmamento, sino que está alrededor nuestro aquí y ahora- pero por razón de que carecemos de percepción
espiritual, somos incapaces de reconocerlo; esto es, somos incapaces de
experimentado y, por lo tanto, en cuanto a nosotros concierne, se puede decir
que hemos sido
excluidos del Paraíso. Estamos en contacto con un fragmento minúsculo del
mismo, al cual llamamos "el universo";
pero aún hasta a ese pedacito lo vemos torcido y deformado la mayor parte del
tiempo. Las palabras "Cielo" y "Paraíso" son los nombres religiosos
que se le asignan a la Presencia de Dios, y el Cielo es infinito; pero nuestro
hábito mental nos lleva a moldear nuestra experiencia solamente en términos de una tridimensionalidad.
El Cielo es la Eternidad, pero lo que aquí llega a nuestro conocimiento lo hace
en serie, en una secuencia llamada "tiempo", que nunca nos permite
comprehender una experiencia en su totalidad. Dios es Mente Divina, y en dicha
Mente no hay ningún tipo de limitación o restricción;
sin embargo, nosotros vemos todo distribuido en lo que denominamos
"espacio", o sea, espaciado -una restricción artificial que continuamente
inhibe el constante reagrupamiento de nuestra experiencia que nuestro
pensamiento creativo requiere.
El
Cielo es el ámbito del Espíritu, de la Sustancia; sin edad, ni discordia, ni descomposición;
un ámbito de bien eterno; y, sin embargo, a nuestros ojos todo parece que se
está envejeciendo, descomponiéndose, gastándose; naciendo sólo para morir,
floreciendo sólo para marchitarse.
La
posición en que nos encontramos se parece mucho a la de un daltónico en un
bello jardín.
Todo a su alrededor luce colores gloriosos, pero él está inconsciente de ello y
sólo ve negros, blancos y grises. Si también asumimos que nuestro sujeto
carece de olfato, veremos cuán poco de la gloria del jardín existe para él. Sin embargo, todo está allí aunque él no lo pueda percibir.
En
teología se conoce esta limitación nuestra como la "Caída del Hombre",
y surge de nuestro uso del libre albedrío en contraposición con la Voluntad de
Dios. «Dios hizo al hombre derecho, pero éste ha buscado muchas
invenciones».
Nuestra tarea consiste en
sobreponernos a estas limitaciones tan rápidamente como podamos, hasta que
lleguemos al punto en que conozcamos las cosas como realmente
son, hasta que experimentemos el Cielo como realmente es. Esto es lo que quiere decir "ver a Dios",
y de verle "cara a cara". Ver a
Dios es aprehender la Verdad como realmente es, y esto es libertad infinita y
gloria perfecta.
Tomado del Libro " El Sermón del Monte " de Emmet Fox