Uno de los pasajes más tristes en toda la literatura
es el cuento del Joven Rico que se perdió una de las
mayores oportunidades de toda la historia, y que
«se fue triste,
porque tenía muchas posesiones» Ésta, en realidad,
es la historia de la humanidad en
general. Rechazamos la salvación que Jesús nos ofrece -nuestra oportunidad de
encontrar a Dios- porque tenemos «grandes posesiones»; y esto no quiere
decir que seamos ricos en términos de dinero -porque
sin duda la mayor parte de la gente no lo es- sino porque tenemos grandes
posesiones en cuanto a ideas preconcebidas --confianza en nuestro propio criterio,
y en las ideas con la que estamos familiarizados; orgullo espiritual, nacido de
las distinciones académicas; apego sentimental o material a instituciones y
organizaciones; hábitos de vida a los cuales no tenemos deseo alguno de
renunciar; interés en que a uno se le reconozca, o quizás temor al ridículo público; o intereses
creados en honores y distinciones mundanas. '({ estas posesiones nos mantienen encadenados a la roca del sufrimiento que es nuestro exilio de Dios.
El
Joven Rico es una de las figuras mas
trágicas de la historia,
no porque fuera rico -ya que la
riqueza en sí no es ni buena ni mala- sino porque su corazón estaba esclavizado por ese amor al
dinero que Pablo denomina «la raíz de todos los males». El podría haber sido un multimillonario en oro y
plata y, en tanto que su corazón no estuviera centrado en ello, hubiera sido tan libre corno el más pobre de los mendigos para
entrar al Reino de los Cielos. Su confianza, sin embargo, estaba puesta en sus riquezas,
y fue esto lo que cerró la puerta.
¿Por qué no fue bien recibido el mensaje de Cristo
por los eclesiásticos de Jerusalén?
Porque todos ellos tenían grandes posesiones -posesiones de conocimiento
rabínico, posesiones de honor público e importancia, cargos de autoridad corno
maestros oficiales de religión- y hubieran tenido
que sacrificar todas estas posesiones a fin de aceptar la enseñanza espiritual. Los humildes
y los iletrados
que con gusto escucharon al Maestro estaban felices de no
tener tales posesiones
que les tentaran a
alejarse de
la Verdad.
¿Por
qué fue que en los tiempos modernos cuando el mismo
simple mensaje
Crfstico de la inmanencia y disponibilidad de Dios (y de la Luz Interna que arde por siempre en el
alma del hombre) volvió
una vez más a aparecer en el mundo, fue de nuevo ---en
gran medida- recibido
con beneplácito
sólo por los sencillos y los iletrados? ¿Por qué no
fueron los obispos, los diáconos, los moderadores, los
curas y los presbíteros quienes se lo
dieron al mundo? ¿Por
qué no fueron Oxford,
ni Cambridge, ni
Harvard, ni
Heidelberg, los
centros
de transmisión para éste,
el más importante de todos los conocimientos? Y la respuesta
vuelve a ser
la misma: porque
todos tenían grandes posesiones
-grandes posesiones de
orgullo intelectual y espiritual, grandes
posesiones de auto-satisfacción
y altanería, grandes posesiones de compromisos
académicos y prestigio
social.
Los «pobres
en espiritu» no sufren de ninguno de estos engorros, ya
sea porque nunca los han tenido o porque se han elevado
por encima de ellos navegando sobre la marea del entendimiento espiritual. Se han desprendido del
amor al dinero y las propiedades, del temor a la opinión pública, y de la
desaprobación de parientes o amigos. Ya
no les sobrecoge la autoridad humana, no importa cuan augusta sea. Ya no están plenamente seguros de
sus propias opiniones. Han
llegado a convencerse de que sus creencias
más apreciadas
pueden
estar equivocadas (y probablemente lo están), y
que todas sus ideas y opiniones
de la vida pueden ser falsas
y necesitan ser modificadas. Esta es la gente que está lista para comenzar
de nuevo desde el
principio y volver a aprender
la vida en su totalidad.
Tomado del Libro " El Sermón del Monte " de Emmet Fox