Los fariseos, con su abrumador código
de minuciosas prácticas externas, fue
el único grupo de personas para con el cual Jesús fue real y abiertamente
intolerante. En aquellos días, un fariseo consciente -y
conste que la mayoría de ellos se consideraba consciente- tenía que hacerle
frente diariamente a una enorme cantidad de detalles externos antes de poder
sentir que había cumplido con los requisitos de Dios. Un rabino moderno estimó
que tales detalles no bajaban de seiscientos en cantidad. Al saltar a la vista el hecho de que es obvio que no
hay ser humano que pueda cumplir cabalmente con esto, el
resultado natural sería que la víctima -consciente de que se estaba quedando
corta en el cumplimiento de sus deberes-
necesariamente tendría que desenvolverse sujeta a un sentido crónico de pecado. Ahora bien, creerse uno pecador
es, para todo propósito
práctico, ser un pecador, con todas las
consecuencias que se derivan de tal condición. El sistema de Jesús contrasta con esto por cuanto su
objetivo es liberar al corazón de la dependencia
en las cosas externas -tanto para gratificación placentera como parda salvación espiritual-, el inculcar una actitud mental totalmente nueva; y esto es lo que las
Bienaventuranzas
exponen gráficamente.
Tomado del Libro " El Sermón del Monte " de Emmet fox